Qué pasa con la sociedad argentina en este momento, que está inmovilizada, dócil, sumisa, que parece (digo "parece") poco solidaria, sin sentido de nación, sin vocación de mejora, indiferente, miedosa? ¿Es que todo está ya hecho y solo basta esperar una elección, de la cual vendrán mágicamente las soluciones o es esta elección un espasmo más o una trampa cosmética en el camino de cambio, que hace poco los argentinos se propusieron para salir de su laberinto? ¿Será que la anomia instalada en la sociedad argentina se trasladó a ese movimiento, traduciéndose en abulia e inacción, olvidando que han pasado muchos meses y que aún no se vislumbra la construcción de un centro de poder alternativo, mientras que en el país ocurren cosas, como si ese reclamo no existiera? ¿No será que se necesita una autocrítica, o una reflexión al menos? ¿No será que quienes parecía que dirigían la queja contra la dirigencia, también merecen quejas por haberse dejado atrapar por la burocracia o el electoralismo, perdiendo de vista objetivos políticos e históricos superiores?
Es hora de que los argentinos levantemos banderas más difíciles. El casillero de los "diagnósticos" está lleno; ya sabemos que en los últimos cuarenta años, hubo una dirigencia política que traicionó al pueblo, por incapacidad o corrupción, al no haber usado en su protección el poder que éste le daba y el pequeño margen de independencia que el sistema mundial permitía; también sabemos que el pueblo no es ajeno a esa dirigencia. Así están las cosas; sabemos bastante: ¡hagamos algo entonces! Se formula aquí una propuesta para sacar del actual estado de estancamiento y frustración, a esas inquietudes de protesta y movilización (de "refundación", se decía) que tuvo la sociedad argentina en este año 2002 que empezó en diciembre del 2001; se parte de la idea de que es necesario profundizar hacia el interior de cada persona, para la asunción de una mayor responsabilidad y de un mayor compromiso.
Estando la sociedad movilizada, la metodología de la acción es un tema decisivo. Ello constituye un debate y una lucha dentro de la lucha, como lo fue para Gandhi en su relación con el Congreso Nacional Indio y para Nelson Mandela con sectores de su propio movimiento. Quien esto escribe comparte la idea de que el método de transformación social debe tener dos ejes: uno, la no-violencia y el otro, la verdad. (En otras publicaciones se desarrollaron más a fondo esos conceptos).
La no-violencia es un modo de acción pública que mejora a quien la practica, mejorando por consecuencia a la sociedad allí donde se instala. Es un recurso que está al alcance de todos: ancianos, mujeres, niños; no requiere fortaleza física, sino espiritual. Dice Gandhi: "Hay que rechazar por completo toda cobardía y hasta la mas pequeña debilidad. No es posible esperar que un cobarde se convierta en no-violento, pero sí cabe esperar ello de un violento". Y agrega: "Una revolución no-violenta, no es un programa para la toma del poder, es un programa para la transformación de las relaciones humanas, de modo que desemboca en una transferencia pacífica del poder ...". La no violencia es certera en sus resultados, pero requiere sacrificio, coraje y una firme voluntad para con los ideales y con la acción. No es para los tibios, en realidad es una invitación consciente para el esfuerzo y la abnegación; y ello plantea, por un lado la necesidad de una convocatoria de gran respeto y calidad moral; y por el otro, una especial sensibilidad (convicción o fatiga) por parte del pueblo, que debe ser el principal protagonista de estas acciones. Se parte del supuesto de que por la magnitud de nuestra crisis, solo se sale en firme, a través de un proceso duro y sacrificado que deberá ser justo y eficiente.
Una página de Internet identifica 198 modos de acciones no-violentas. Se propone aquí la práctica de una de ellas: el "hartal" (palabra india). Se sugiere ese método, porque puede generar una salida del estancamiento actual, porque implica un mensaje vigoroso hacia los poderes constituidos, y fundamentalmente, porque contiene una convocatoria a la reflexión y a la meditación, lo que abre la posibilidad de evitar un enfoque facilista de nuestros problemas, haciendo calar más hondo en cada argentino, la verdadera magnitud del drama, fortaleciéndolo espiritualmente y comprometiéndolo con las labores del cambio.
¿Y qué es un "hartal"? Es un modo de acción popular, con fines de protesta y lucha que en su época practicó Gandhi y que se ha usado luego en distintos lugares y épocas. Es muy simple, consiste en que en un día determinado, en el horario que se elija, por ejemplo de 16 a 21, toda la sociedad se paralice, se inmovilice, quedándose en sus domicilios o en centros de reunión, meditando (por qué no?) sobre un tema determinado; por ejemplo, sobre la necesidad de la solidaridad, sobre qué es la Nación Argentina, sobre la necesidad del trabajo y la producción, sobre la responsabilidad de cada uno para que las cosas cambien, sobre la identificación clara de los enemigos, sobre qué luego de los cacerolazos, etc. En esas horas los argentinos deben sentirse liberados de la desinformación y del estrés, no deben circular automóviles ni gente por las calles; no es como la huelga, una acción contra los empleadores, sino que es una actitud de toda la sociedad.
Es cierto que esta propuesta tiene un contenido novedoso e inusual, pero puede sumarse a otras formas de acción que actualmente se practican en el país; con el beneficio de que si es exitosa, es contundente, además es simple, de fácil comprensión, no requiere fortaleza física (sí espiritual), genera un ámbito nuevo cual es la convocatoria a la meditación, exhibe fuerza moral y sólo necesita de una convocatoria (tema muy delicado) que debe provenir de un grupo plural, ya que no hay un Gandhi que lo haga. Claro está que también se direcciona esta propuesta hacia la construcción de un centro de poder moral alternativo, que tendría su asiento en la mayoría del pueblo argentino. En síntesis, el espectáculo del "hartal" es el de una Argentina paralizada e inmovilizada durante unas horas, con una invitación para que cada uno medite sus protestas y sus propuestas y para que cada uno tome conciencia de la necesidad de asumir, molecularmente, todo su potencial para el cambio y para la gestión de las soluciones que el país requiere.