Cómo curar la Melancolía

He aquí la más asombrosa declaración que jamás haya visto salir de la pluma de un gran psiquiatra. Esta declaración fue formulada por Alfred Adler. Solía decir a sus pacientes afectados por la melancolía: "Usted puede curarse en catorce días si sigue esta prescripción: Procure pensar cada día de qué manera usted puede complacer a alguien".

Esta declaración parece tan increíble que me creo obligado a explicarla citando un par de páginas del espléndido libro del Dr. Adler, What Life Should Mean to You (Lo que la vida debería significar para usted):

"La melancolía es como un furor y un reproche prolongados contra los demás, aunque, con objeto de obtener atención, simpatía y apoyo, el paciente parece únicamente abatido por su propia culpa. Un primer recuerdo melancólico es, generalmente, algo como esto: "Recuerdo que quería tenderme en el sillón, pero mi hermano se había tendido allí. Lloré tanto que mi hermano tuvo que levantarse".

Los melancólicos tienden frecuentemente a vengarse de sí mismos suicidándose y el primer cuidado del médico debe consistir en no proporcionarles una excusa para el suicidio. Yo mismo he procurado aliviar la tensión general proponiéndoles como primera regla del tratamiento: "Nunca haga nada que no le agrade". Esto parece algo muy modesto, pero llega a las mismas raíces del problema.

Si un melancólico puede hacer todo lo que quiere, ¿a quién ha de acusar?. ¿De qué ha de vengarse?. Yo le digo: "Si quiere usted ir al centro o salir de vacaciones, hágalo. Y si cambia de parecer en el camino, desista". Es la mejor situación en la que uno puede estar. Proporciona una satisfacción en la lucha por la superioridad. La persona se siente Dios y puede hacer lo que le place. En cambio, no encaja fácilmente en el modo de vida del melancólico. Este quiere dominar a los demás y, si los demás están de acuerdo con él, no hay modo de dominarlos. Esta regla es un gran alivio y yo nunca he tenido un suicidio entre mis pacientes.

Generalmente el paciente replica: "Pero no hay nada que me agrade hacer". Yo suelo estar preparado para esta respuesta, porque la he oído muchas veces: "Entonces, absténgase de hacer todo lo que le desagrade", digo. Sin embargo, en ocasiones, manifestará: "Me gustaría estar todo el día en la cama". Sé que si se lo permito, ya no le gustará. Se que, si le pongo trabas, iniciará las hostilidades. Y siempre accedo.

Esto es una regla. Otra ataca su modo de vida de manera más directa. Digo a mis pacientes: "Usted puede curarse en catorce días si sigue esta prescripción: Procure pensar cada día de qué manera usted puede complacer a alguien". Obsérvese lo que esto significa para ellos. Están dedicados a pensar: "¿Cómo puedo fastidiar a alguien?". Las respuestas son muy interesantes.

Algunos dicen: "Eso será muy fácil para mí. Lo he hecho toda mi vida". No lo han hecho nunca. Les pido que piensen en ello. No lo hacen. Les digo: "Usted puede emplear todo el tiempo que pierde cuando le es imposible conciliar el sueño en pensar cómo puede complacer a alguien y esto será un gran paso hacia su salud". Cuando los veo al día siguiente, les pregunto: "¿Pensó usted en lo que le dije?". Y contestan: "Anoche me dormí en cuanto me acosté". Todo esto, desde luego, debe hacerse de un modo sencillo y cordial, sin el menor asomo de superioridad.

Otros contestarán: "No podría hacerlo nunca. Estoy demasiado preocupado". Yo les digo: "No deje de preocuparse, pero al mismo tiempo, usted puede pensar, de cuando en cuando en los demás". Siempre trato de dirigir su atención hacia el prójimo. Muchos dicen: "¿Por qué he de complacer a los demás?. Los demás no tratan de complacerme". Yo contesto: "Debe usted pensar en su salud. Los demás sufrirán después".

Es muy raro el paciente que me haya dicho: "He pensado en lo que usted me dijo". Todos mis esfuerzos tienden a aumentar el interés social del paciente. Sé que la verdadera causa de su enfermedad es la falta de cooperación y quiero hacérselo ver. En cuanto puede relacionarse con sus semejantes sobre una base de igualdad y cooperación, está curado... El deber más importante que ha impuesto siempre la religión es "Ama a tu prójimo"... El individuo que más dificultades tiene en la vida y más daño causa a los demás es el que no se interesa en sus semejantes. De estos individuos surgen todos los fracasos humanos...Todo lo que pedimos a un ser humano y el fundamento de nuestras mayores alabanzas hacia él es simplemente que sea un buen compañero de trabajo, un amigo para los demás y un verdadero socio en el amor y el matrimonio."

El Dr. Adler nos invita a que realicemos una buena acción cada día. Y ¿qué es una buena acción?. El profeta Mahoma dijo: "Una buena acción es la que provoca una sonrisa de alegría en el rostro de otro".

¿Por qué una buena acción cada día tiene tan asombrosos efectos en el que la hace?. Porque, cuando tratamos de complacer a los demás, cesamos de pensar en nosotros y esto es precisamente lo que produce la preocupación, el miedo y la melancolía.

Cabe que usted se esté diciendo ahora: "Bien, estas historias no me impresionan. Yo también puedo interesarme en un par de huérfanos una Nochebuena, y hacer cosas heroicas para rescatar a un niño de las llamas si fuera bombero, pero mis circunstancias son distintas: mi vida es una vida vulgar. Trabajo ocho horas diarias en un puesto aburrido. Nunca me sucede nada dramático. ¿Cómo puedo interesarme en la ayuda a los demás? Y ¿por qué debo hacerlo?. ¿Qué puedo yo sacar de esto?.

Es una pregunta lógica, trataré de contestarla. Por más vulgar que sea su vida, es indudable que se verá cada día con algunas personas. ¿Qué hace usted en relación con ellas? ¿Se limita usted a mirarlas o trata de averiguar lo que les puede agradar? ¿Qué me dice usted, por ejemplo, de su cartero?. Camina todos los años cientos de kilómetros y entrega la correspondencia en la puerta de usted. Pero ¿se ha tomado usted alguna vez la molestia de preguntarle dónde vive o pedirle que le enseñe alguna fotografía de su esposa y de sus niños? ¿Le ha preguntado alguna vez si se cansa o si se aburre?.

¿Qué me dice del chico del almacén, del vendedor de diarios, del hombre de la esquina que le lustra los zapatos?. Todas estas personas son seres humanos, con sus problemas, sus sueños y sus ambiciones. Arden en deseos de compartir todo ello con alguien. Pero ¿les ofrece usted la menor oportunidad? ¿Muestra usted un vehemente y honrado interés en ellos o en sus vidas?. Esto es lo que quiero decir: no tiene usted necesidad de convertirse en un Mahatma Gandhi o un reformador social para mejorar el mundo, su propio mundo privado. ¡Puede empezar mañana mismo con las personas que encuentre!.

¿Qué puede usted sacar de eso? ¡Una felicidad mucho mayor!. Una mayor satisfacción y el sentirse orgulloso de sí mismo. Aristóteles llamó a esta clase de actitud "egoísmo ilustrado". Zoroastro dijo "Hacer bien a los demás no es un deber. Es una alegría, porque aumenta tu propia salud y tu propia felicidad". Y Benjamín Franklin lo resumió en forma muy sencilla: "Cuando eres bueno para los demás, eres mejor para ti mismo".

Si hemos de "hacer las cosas mejores para los demás", como Dreiser propugnaba, hagámoslo pronto. El tiempo pasa. "Pasaré por este camino sólo una vez. Por tanto cualquier bien que pueda hacer o cualquier afecto que pueda mostrar debe ser para hoy. No debo posponerlo o descuidarlo, porque no pasará de nuevo por este camino."

Por tanto, si quiere usted eliminar la preocupación y cultivar la paz y la felicidad en su vida, olvídese de sí mismo interesándose en los demás. Haga cada día una buena acción que provoque una sonrisa de alegría en el rostro de alguien.

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Del libro: "Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida" Autor: Dale Carnegie. Primera edición: 1944